viernes, 13 de noviembre de 2009

El Macondo que nos toca. Por Heriberto Fiorillo.

Publicado en El Heraldo, de Barranquilla. Viernes 13 de noviembre de 2009.
Gerald Martin, el biógrafo oficial de Gabriel García Márquez resaltó en su última visita a nuestra ciudad la importancia del llamado Grupo de Barranquilla en la vida y la obra del Premio Nobel de Literatura.
En numerosas ocasiones el más grande escritor colombiano ha
 reconocido su deuda no sólo con su grupo de amigos sino manifestado sus más entrañables afectos por la capital del Atlántico.
A veces una pequeña anécdota revela más que cualquier informe profundo la dimensión de unos hechos magnificados por el cariño. Hace algunos años, en Cartagena de Indias, el investigador Jorge García Usta, estudioso y divulgador del llamado por él mismo ‘Grupo de Cartagena’, le denunciaba a García Márquez, en sus propias palabras, «la aparición y tiranía interpretativa y social de la teoría del Grupo de Barranquilla, con sus exclusiones bárbaras, su innegable impudor y su mitomanía casi insaciable».
Los dos Garcías, el Nobel y su entrevistador, recorrían el interior del Hotel Hilton de Cartagena. El interrogador buceaba en las emociones del escritor. García Márquez, divertido, respondía con frases cortas.
–Pero a usted no le gusta el fútbol... –cuenta que dijo en algún momento García Usta.
–¿Quién dice que a mí no me gusta el fútbol? A mí me encanta el fútbol –replicó Gabo.
–¿Y cuál es su equipo? –ripostó de inmediato el entrevistador.
La respuesta simple, irreflexiva, desenvolvió en un instante la gruesa madeja de afecto que durante, más de setenta años, Gabo había amarrado a su corazón por una ciudad.
–¿Cuál más?: el Júnior.


En una histórica entrevista para la televisión británica, García Márquez comentó en 1996 que las novelas eran “como sueños en los que una mente es transferida a otra, una cosa a otra, algo de una casa pasa a otra. El subconsciente hace mucho del trabajo y los sueños cometen desatinos, los sinsentidos y las cosas locas que hacemos en sueños, la cara de una persona se la ponemos a otra, la casa de una persona es entonces la casa de otra, el tiempo de una va en el de otra. Hechos que no ocurrieron y, lo que es peor, cosas que van a suceder...".

El narrador dice haber buscado ese desorden literario y recuerda haberlo hallado en los burdeles de Barranquilla, descubriendo con Álvaro que la literatura era el mejor juguete para burlarse de la gente. "Cuando uno se lanza a la arbitrariedad y a la fantasía -diría el mismo Gabo- se crea otra lógica, igualmente respetable. Y como la arbitrariedad tiene sus leyes, debe uno también conocerlas para respetarlas. Si se es arbitrario frente a ellas, la arbitrariedad carece de sentido poético y literario".

Cincuenta años atrás, enredado con La Casa, el mamotreto que llevaba siempre bajo el brazo porque no tenía donde guardarlo, Gabito había buscado el consejo de Ramón Vinyes, el sabio catalán.

El viejo “me alentó -dijo el escritor a Leopoldo Azancot en Madrid- y me hizo ver las debilidades de ese libro”.

El catalán le aconsejó no llamar Barranquilla al universo de sus ficciones. “Es demasiado realista su nombre”, le dijo.

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