Madrina Tomasa es católica, apostólica y romana;
pese a sus credos, fue la amante clandestina de un hombre chino al que le
compraba las hortalizas. Él no le decía Tomasa porque no hablaba español, pero
ella se acostumbró a que la nombrara con un tono de su dialecto originario que
recordaba los maullidos de los gatos. Los sábados por la tarde Madrina Tomasa
iba hasta la huerta puntualmente a comprar las hortalizas y hacer el amor entre
los surcos de la siembra, y como ella tampoco hablaba mandarín, nunca supo
distinguir si él gritaba de placer o profería maldiciones. Aunque fueron
confidentes, durante los cuatro años que se vieron a escondidas ninguno de los
amantes entendió lo que dijera el otro, pero a madrina Tomasa le bastaba que él
la alzara entre sus brazos, y a la orilla de un estanque le entregara cada
sábado un ramito hecho de coles y cilantro. Cierto día el hortelano aprendió a
decir adiós en español, y no dejaba de repetirlo ni siquiera cuando llegaba al
orgasmo. Madrina Tomasa entrevió una despedida y prefirió no regresar.
Cuentos de BCRamos.Gustav Klimt, Danae,
1907
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