Cuando era niña mamá colocó sobre mi cabeza una hermosa caperuza
roja y me ordenó llevarle, a mi abuelita que estaba enferma, unos pasteles.
Mamá me advirtió tantas veces que tuviese cuidado con alguien a quien llamaban
“secuestrador” que acechaba por los senderos del bosque, que tuve curiosidad
por conocerlo. Me aparté del camino habitual bordeando el cañón de la
cordillera, y me acosté en una planada de espaldas sobre un tapete de musgo
fresco mientras veía flotar las pelusillas que soltaban los guayacanes. Él
llegó hacia la medianoche vestido de camuflaje y no tenía cara de monstruo,
pero sí de hambre. Me apremió a que escogiera: o los pasteles o yo. Siempre
pensando en mamá, respondí que los pasteles eran para mi abuelita que estaba
enferma. Al cabo de cinco años cuando conseguí llegar a casa de mi abuelita,
ella había muerto. Mamá nunca pudo perdonarme la tardanza.
cuentosdeBCRamos. Del libro Palabras Pesadas.
Otto Mueller - Waldsee mit zwei Akten
Otto Mueller - Waldsee mit zwei Akten
Saludos Bertica.
ResponderEliminarExcelente micro, ¿pero de casualidad Caperucita no llegó cargando en brazos un caperucito enrazado con lobito? je jeje.
Abrazos
Gracias.El lector termina la historia a su manera. Saludo.
ResponderEliminar