domingo, 5 de diciembre de 2010

Maldiciones. Por Bertha C Ramos.

MALDICIONES
Por Bertha C Ramos.
Cuenta la leyenda que Bladud, príncipe celta y quien a la postre sería el padre del rey  Lear inmortalizado por Shakespeare, se curó de la lepra revolcándose en barro caliente cerca del río Avon, en Inglaterra. Y agradecido por su curación, fundó la ciudad de Bath en homenaje a la diosa Sulis. Eso cuenta la leyenda. Lo cierto es que
después de la conquista de Britania por parte de los romanos, éstos edificaron un templo y un complejo de baños públicos en el mismo territorio de aguas termales que fue santuario de los celtas. Desaparecidos durante el siglo V tras la retirada de los romanos, los edificios fueron reconstruidos entre los siglos XII y XVIII dando lugar a las famosas Termas Romanas de Bath o Baños, destino declarado Patrimonio de la Humanidad. Dos mil años después, en Bath las aguas termales fluyen por las piscinas y el Museo Romano conserva entre otros objetos, alrededor de ciento treinta defixiones junto a miles de monedas. Me llaman la atención las defixiones, adivino cómo se usarían en este mundo moderno y sobre todo, en Colombia. Ellas son “inscripciones sobre fragmentos de plomo, generalmente en forma de lámina, que intentan invocar a los poderes sobrenaturales para que actúen en contra de personas y animales.” Conocidas como tablillas de maldición, la gente grababa en ellas palabras en contra de la persona por la que sentía agraviado. En un principio fueron colocadas en la tumba de quienes fallecían accidentalmente, bajo la creencia de que esa clase de muerte causaba espíritus errantes predispuestos a los maleficios. Luego fue extendiéndose su utilización a fuentes de agua, anfiteatros y lugares sagrados, como muestran los hallazgos arqueológicos. Según dice en sus escritos sobre textos griegos de maleficio la doctora Amor López, desde la antigua Grecia ya se utilizaban tablillas que contenían conjuros amatorios y maldiciones. Cita entre otros uno hallado en una tumba del siglo III a.C. “A Mición yo lo cogí y le até con un conjuro la lengua y el alma y las manos y los pies, y si va a pronunciar alguna palabra maligna sobre Filón, que su lengua se convierta en plomo. Pínchale además la lengua, y que sus bienes, ya sean los que posee ya sólo los que maneje, se le vuelvan vanos, se le echen a perder y le desaparezcan. MICIÓN”.
Yo me he puesto a imaginar que si en Colombia esa fuera una práctica vigente, cuánto río se habría secado bajo toneladas de tabletas. La verdad, los colombianos acostumbran a proferir maldiciones como una especie de purga. Una evacuación verbal. Una ingenua profilaxis que apacigua. Yo también sería capaz de arrojar unas cuantas defixiones en el río Magdalena si me dejo provocar de los demonios. Pero, como no tengo por costumbre maldecir a los demás, tal vez yo maldeciría los objetos. Escribiría por ejemplo: “Até las condecoraciones que por valor de 130 millones de pesos fueron impuestas al general Freddy Padilla de León; las até con un conjuro que haga fundir el oro macizo utilizado en la medalla y el bastón, y se haga uso del material en algo más productivo.” Qué  desperdicio. El general pudo ser galardonado con un bañito de oro, eso no le resta honores.
berthicaramos@gmail.com

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