Cuando un hombre ha
aprendido a usar sus dedos, cada uno de esos miembros es autónomo y
virtuoso. Casi un dios. Tanto, que Lulú del Carpio se rehúsa a incorporar
los particulares dedos de su esposo en esa comunidad llamada mano, y les ha
puesto nombres paganos de acuerdo con su potestad: Enanuco bigarista, el
Ojáncano, Yarilo, Dagda y Angus. Claro que él ignora eso; él es simplemente
un hombre que sabe poner los dedos al servicio de su esposa con tal grado de
destreza, que entre ambos no hay lugar a desencuentros. A veces
se han distanciado por tonterías. Porque ella insiste en usar cilantro liso
sabiendo que a él le fascina el rizadito, o porque él se pone inquieto mientras
ella le está haciendo la manicure. Pero, Lulú sigue siendo servicial, y él
se alegra de que existan las mujeres que complacen a los hombres en asuntos tan
sustanciales. Entonces, la lleva en brazos a la hamaca, y deja que sus
creativas grandes manos de albañil dibujen sobre su cuerpo figuritas
revoltosas, que poco a poco la envuelven en una espiral de fuego y causan breves
destellos en sus ojos. Tantos, que Lulú del Carpio tiene fama de doncella
mitológica en La Torre de Pompeya.
Cuentos de Bertha C Ramos. Del libro Palabras Pesadas
Obra de Leonel Góngora.
Obra de Leonel Góngora.
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