PRESIDENTE Y PRIMERA DAMA
Hay dos cosas que atormentan al presidente de la República: que es un
hombre muy bajito, y que todas las mañanas se chorrea con café la solapa del
vestido. Para él, obsesionado con tener bajo su mando hasta la sublevación de
las hormigas, esas son vicisitudes que lo sacan de casillas y lo incitan al
suicidio. Hasta el punto que los fines de semana se deprime y permanece en sudadera
y se encierra a comer pistachos sentado en el inodoro.
La primera dama, que es una firme defensora de la lúdica, lo anima a que
se distraiga practicando el ajedrez. Al presidente le crujen las mandíbulas. Le
propone practicar el tiro al blanco, al presidente las sienes le palpitan. Le
despliega los tableros de la Batalla Naval, al presidente lo invade un repentino
frenesí. Pero es cuando ella le saca del cajón de su nochero el juego de monopolio,
que el presidente se alegra y recobra la cordura y recupera su talante de
presidente de la República, porque él sabe que siempre sale victorioso cuando
se trata de monopolios.
Lo que no puede entender la primera dama de la Nación, pese a ser tan
solidaria y comprensiva, es que los lunes, cuando se ha recuperado el
presidente y se dirige hacia la sede de Gobierno, si la encuentra en el jardín
podando las trinitarias con su preciosa sierrita eléctrica, la mire con
desconfianza y, entre dientes, la tilde de terrorista.
Obra de Fernando Botero, Presidente y Primera dama. (Díptico)
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