En las postrimerías de un verano quisquilloso Suegra y
Nuera ⸺que sostenían una antigua rencilla de pertenencias y dominios⸺ se
idearon una especie de contienda que dimensionara el amor que sentían por un
hombre sin tener que pronunciar una sola palabra. Sólo gestos. La victoria
sería muda y contundente. Como estaban acostadas asoleándose en el litoral
Caribe, Suegra levantó con fuerza la mirada y recorrió pausadamente la línea
del horizonte. Nuera utilizó su delicado brazo para trazar una curva que
abarcara todo el mar. Para señalar el cielo, Suegra contrajo los labios. Para
designar el sol, Nuera se sirvió del índice. Suegra manoseó la arena
triunfalmente. Nuera dibujó una estrella sobre un espejo de salitre. Suegra se
tocó los pechos. Nuera sacudió las nalgas. Suegra acarició su vientre. Nuera se
quitó la tanga. Entonces, la playa quedó en silencio. Bien entrada la noche se
volvieron a escuchar algunas cosas: la agonía de las olas, la risa desenfrenada
de ambas mujeres, y un lamento recurrente y varonil que fue diluyéndose en el
fresco amanecer.
Tamayo. Dos Mujeres, 1979.
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