Hace
unos días, una amiga me llamó por teléfono y me dijo: voy a suicidarme. ¿Por
qué?, pregunté. Él me ha dejado, contestó. No tengo nada por lo que vivir. De
acuerdo, dije, ¿y cómo vas a hacerlo? ¿Con pastillas? No, respondió, eso me haría
vomitar. Si no funcionara, quiero decir. No soporto que me hagan lavados de
estómago, es humillante. Bueno, con una pistola entonces, dije. Piensa en lo
sucio que se pondría todo. La mancha no se puede limpiar y no soporto el
escándalo. Puedes ahorcarte, le propuse. Pero es que se te queda tan mala cara,
repuso. Se podría decir lo mismo de cuando una intenta ahogarse, dije. Bueno,
eso es lo que hay, replicó, pero ¿qué voy a hacer, ahora que me ha abandonado y
no tengo ningún motivo para vivir? ¿Y quién te dice que tienes que vivir por
algo?, dije. ¿Es que tú vivías para él cuando estaba contigo? No, respondió.
Vivía pese a él, vivía contra él. Deberías decir, entonces, no tengo nada en
contra de qué vivir, repliqué. Es lo mismo ¿no crees?, respondió. Le dije que
no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario