miércoles, 23 de octubre de 2013

PERLA. Por Bertha C Ramos.

Cuando Perla era una adolescente murió momentáneamente debido a una disfunción respiratoria. De lo sucedido le quedó la sensación de tener los oídos taponados con gasa quirúrgica y un ligero recuerdo de que los mocos le sabían a jugo de tamarindo. Durante el vertiginoso tránsito circular alcanzó a comprender que la primera hora, la que separa días y noches, es la más oscura y la más equivocada, porque en justicia la primera hora de los hombres debería ser siempre la primera luz. Pudo también comprobar que eso que se dice de que nacimos para morir en una fecha precisa tiene mucho de lógico, pero poco de cierto. Que morimos cada rato; al final de todo acto consciente, de todo roce de dicha, de cada asomo de envidia y de cada razonamiento. Después de aquella experiencia, Perla dejó tanta propensión a reflexionar y decidió ser una mujer común y corriente. Una mujer de las que se casan con un tipo adinerado, alto simpático y tonto. Mejor si es un congresista, un concejal o un diputado. Una mujer de las que prefieren hijos de aspecto nórdico y mirada paleolítica; de aquellas que no envejecen, ni les traquean las rodillas cuando trotan, ni se les caen las tetas gradualmente. Una mujer que le hace honor a su nombre en todo momento. Una Perlita.

Isabel II. 1851. Óleo sobre lienzo. Obra de Federico de Madrazo.
CuentosbrevesBCRamos. Del libro Palabras Pesadas.

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