jueves, 27 de marzo de 2014

De MARÍA CAMILA RAMÍREZ. Entre flores y una canción de amor

Dante ama más a las plantas que a los seres humanos. Para él ejemplifican lo que sería el mundo si este no se hubiera convertido en una nube de razonamientos ilógicos y guerras perdidas. Dice encontrar en la naturaleza todo lo que hace falta en la humanidad. Que sus colores, figuras, olores e incluso sabores, reflejan lo que nosotros podríamos ser.

Dante toma café fuerte todas las mañanas. Lo sorbe con lentitud, como degustando un buen vino, porque dice que así todo se disfruta más. Pega con paciencia en su guitarra dibujos que traza en las noches frías y lluviosas. Algunos lo llaman obstinado, pero él dice que sólo se inspira cuando hace frío y durante la madrugada, nunca antes ni después.

Trabaja haciendo artesanías de colores. Telas, arcilla y un par de lienzos se cruzan por sus noches y se juntan a sus suaves dedos como elaborando una sinfonía, pero en tercera dimensión. Siempre duerme durante el día, y sueña con levantarse una tarde liviano y sin odio, casi como un monje budista en pleno estado de iluminación. Es joven, tranquilo y sonriente. Es triste, cariñoso y depresivo.


La gente lo considera amiguero, pero él se describe como solitario. No le gusta la tele ni la radio, a menos que pasen indie rock. Cree en la paz y en el amor, y odia, como muchos, el rencor. Dante sufre, pero nunca llora. Según él, las lágrimas no deben derrocharse. A veces, sin querer, se levanta en las mañanas y siente que su olor a pelo sucio y vegetales al vapor lo atrapan un momento y ahí, en ese instante, escribe una canción de amor.
María Camila Ramírez. Barranquilla, Colombia.

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