Para
que nadie los viera unos pobres se mudaron a la Torre de Pompeya un jueves
santo a medianoche, y un ateo que se estaba masturbando en el balcón no pudo
evitar mirarlos mientras arrastraban cajas bajo el halo fluorescente de la
luna. Por la mañana el ateo fue a la tienda, y dijo que ese trasteo no traía ni
colchones ortopédicos, ni aparatos electrónicos, ni lamparitas de pie, ni
cuadros enguacalados, aunque no dio más detalles. Los pobres el primer día se
encerraron en la casa, y el ateo buscó la forma de acercarse llevándoles una
torta de alcachofas. Los pobres se la comieron, aunque les supo a forraje y se
les hizo un pegote en la garganta y se vieron obligados tragársela con agua.
Sin embargo, agradecieron el detalle del vecino con apretones de mano y una
matica de anturio cultivada en una lata de sardinas. El ateo juró por Dios que
tenían las palmas toscas y todos olían a humo y a vinagre, aunque no dio más
detalles. Los pobres fueron a misa el domingo de resurrección y comulgaron; por
la tarde caminaron por el parque montándose en los columpios y elogiando los
colores de las hojas de los sauces, admirados de la forma en que la gente se
asolea con los últimos brillitos del poniente en esos barrios del norte. El
ateo estuvo encerrado esperando a que la luna apareciera para salir al balcón y
comenzar a masturbarse.
cuentosdeBCRamos.
Que buena emoción la torre en palabraspesadas... uff
ResponderEliminarLa Torre se levanta de sus cenizas!
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