A lo largo de la vida Mujer Sola hizo su imagen como haciendo una pintura.
Sombras, puntos y volúmenes fueron su definición. Diminutas pinceladas
dibujaron de amarillo sus congojas, y de índigos intensos sus errores y sus
rabias. Trazó con negro fronteras que enmarcaron su figura juvenil. Nada
quiso poseer por no perderlo, por tanto, no se dispuso a las despedidas. Se
negó a dejar crecer flores silvestres en su jardín, por no ver como caían los
capullos con las lluvias tormentosas. Sus únicas pertenencias, heredadas sin
interés, fueron algunos abanicos sevillanos, un poporo Quimbaya, y dos o tres
dolencias crónicas. Además, sus padres y hermanos. La sangre ardorosa que
compartían los hizo reconocerse como una tribu paranoica, pero como eran
porfiados, pudieron construirse una historieta familiar. Mujer Sola no
deseaba nada porque el deseo es una cárcel llena de presos peligrosos. Debido
a una temprana percepción de soledad, se consagró a cuidar de su mamá con
la esperanza de que viviera muchos años. Pero el tiempo y el diablo, eternos
conspiradores, la destinaron a morir pronto; sin embargo, cuando esto
sucedió, Mujer Sola sintió alivio y una gran expectativa ante la idea de
desentenderse de la familia. Para entonces, pocas cosas le importaban.
Renunció a los gatos, a tener que soportar la arbitrariedad con que crecen las
enredaderas, y a la obligación de diferenciar los días de la semana. Se acogió
a los otoños, a las hojas moribundas de los sauces, y a las miradas austeras
de los orientales por su cercanía con lo letal. Le abrió la puerta a un hombre
que había pasado varias veces por el frente de su casa y cuyos labios
prometían pocas palabras y besos primaverales. Cuando lo vio por primera
vez Mujer Sola lo ignoró, pero su boca entreabierta y su lengua jugosa, le
dijeron que una antigua intimidad existía entre ambos. De manera que,
apenas fueron necesarios unos cuantos movimientos para reacomodarse
mientras entraban en la tediosa convivencia. Fue entonces cuando a Mujer
Sola le entró el tema de que envejecieran juntos. Por decencia, él no le dijo
que no; pero comenzó a ignorarla poco a poco, hasta el día en que se marchó
dejándole sobre la cama una foto donde ella estaba absolutamente sola en lo
alto de una colina de Lituania.
De Bertha C Ramos, del libro Palabras Pesadas.
Fotografía: Mauricio Ramírez, India.