Dos pecados se
encontraron casualmente en el cruce de una arteria en mitad del corazón de la
mujer de un sargento. Ambos eran asquerosos, peligrosos, bisexuales, y por
supuesto, eran negros. Uno tenía estructura de pigmeo y usaba una vuelta larga
de caprichosas perlitas cultivadas en Mallorca. El otro llevaba gafas de
jesuita y una gorra colorada y le gustaban los conventos y los cuarteles
militares.
-Mucho gusto, soy Otto.
-Encantado, yo soy Hugo.
En el primer momento se observaron con el odio
con que se miden los malos. Se olieron y resoplaron. Algunas horas después ya
querían santiguarse, estaban enamorados. Otto bailó una samba de manera tan sensual,
que a Hugo se le aplacaron los deseos de matar y creyó desfallecer estrangulado
por un hilo de ternura. Pero se pararon firmes, como dos malos pecados. Y como
eran pavorosos, asquerosos, bisexuales, y por supuesto, eran negros, tuvieron
sexo fugaz. Al cabo de algunos meses a la mujer del sargento le gustaban
generales, coroneles, tenientes y capitanes, y soldados, y trincheras y literas
y garitas y los baños de la tropa, y fusiles y misiles. Otto y Hugo se
sintieron envidiosos.
CuentosdeBCRamos.
Egon Schiele, AutoevidentesII.
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