Ciertamente Bello es bello. Y, usualmente, de mala ley. Una vez Bella
se quedó despierta durante toda la noche para poder mirarlo con calma, sin que
él la maldijera por penetrar en la intimidad de sus fantasías eróticas y sus aborrecimientos.
Bella estuvo apoyada en ambos codos, como cuando se acostaba en la arena del Caribe a ver pelícanos precipitarse
contra el mar. Se hizo cargo de que Bello estaba muerto y pudo verlo sin pavor y
sin afanes. Tuvo tiempo de mirar el meneo inquisitivo de sus ojos por debajo de
los párpados, y la inconfundible mueca de desprecio que contraía su boca cada
vez que tenía sexo. Entre tanto, su cuerpo se quedó inmóvil, así como se
quedaba en el balcón cuando pasaban mujeres de vida alegre, o bandadas de cotorras. Bello tuvo ocasionales erecciones a lo largo de la noche. Elegantes.
Alarmantes. Envidiables. Entrada la madrugada Bella encendió un fosforito tratando
de examinar el flanco de Bello oculto bajo la sombra de una pared, y observó
mínimas lágrimas que goteaban suavemente en el colchón, a todas luces coherentes
con el visaje de estulticia que suelen tener los hombres mientras duermen. Cuando
Bello despertó amenazaba la aurora y Bella seguía mirándolo extasiada.
Cualquiera diría que Bello la maldijo al encontrársela observándolo en
silencio. Pero no. Bella misma se maldijo.
Fotografía: BerthaCRamos. Bella y Bello
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