No hay mujer más envidiosa que aquella que se da
cuenta cómo goza otra mujer, pero se vuelve dramático si se trata de mujeres
japonesas. Natzuki es tan delicada que parece hecha de humo y se excita
sexualmente cuando siente la fragancia que despiden por las tardes los
capullitos de rosa. Y así como se desliza la neblina, lenta y decididamente, Natzuki
desarrolla su ritual de seducción, aunque nadie la podría calificar de
prostituta a pesar de ser la amante de muchos de los que viven en la Torre de
Pompeya. Por gracia es de esas mujeres que consiguen transformar las basuras y
crueldades del amor en actos litúrgicos, de manera que se vuelven respetables.
Su madre, Yuzuki Ami, la observa con sus ojitos afilados, y cada vez que
florecen los rosales y Natzuki se perfuma y elabora corazones de origami que
coloca en el estanque del jardín, su semblante de señora japonesa se destempla
y comienza a trazarse líneas con su daga alrededor del ombligo. Pero se encierra
en su cuarto y se descalza, y zafa el nudo del peinado y se desnuda y se
castiga, y su cuerpo se libera lentamente, como surgen los colores con el día.
CuentosdeBerthaCRamos.
Ilustración: Bertha C. Ramos.
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