MUJER HEMBRA
Mujer Hembra supo que era una mujer desde el mismo instante en que vio al primer hombre. No había designios ni ordenamientos, no había encimas, ni adentros, ni debajos, pero ella ya sabía que una grieta en un costado había sido el punto cero de su plano cartesiano, y que una grieta entre las piernas le significaba el infinito. Era una mujer neutral antes que existieran bueno y malo, y tenía tan claro que yuntas, bueyes, azadones y martillos no eran su propósito, como que las telarañas, las semillas y las hojas amontonadas en el piso sí lo eran. La puntualidad disipaba su temor al tiempo, y las madrugadas su contrariedad por los finales. Salvo pequeñas inconsistencias en el cuerpo, y enormes contradicciones en el espíritu, Mujer Hembra era una copia de Hombre Macho, sin embargo, la semejanza era tolerable respecto a tener veinte dedos, pero injusta en cuanto a la tenencia de una sola lengua. Como se sabía mujer usaba poderosamente la primera persona del plural recalcándola con un giro de su dedo índice. También conocía de ayeres aunque no lo revelaba porque en ellos radicaba su futuro, como tampoco hablaba de frutas porque en ellas fraguaba sus emboscadas.
Mujer Hembra supo que era una mujer desde el mismo instante en que vio al primer hombre. De ahí que pronto comenzara a desear cosas insólitas como un hijo, un apellido ajeno y quince centímetros adicionales de carne con propiedades divinas. Por eso entendió de adioses, de labiales humectantes y de trueques. Y aprendió a mofarse secretamente de Hombre Macho.
Fotografía: Bertha C Ramos. San Telmo, Buenos Aires.
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