En Chigorodó, uno de los pueblos del fin del mundo, un negro, viejo ya, plácida y simétricamente acomodó su cuerpo en la carrilera: entre los rieles, sobre los durmientes, y apaciblemente se fundió en la natural desnudez de un ceibo añoso. Cada vez que pasa el tren, el negro reacomoda su cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario