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miércoles, 9 de abril de 2014

De MARGARET ATWOOD. Apuntes para un poema que nunca se podrá escribir. III


La mujer yace sobre el pavimento húmedo
bajo la luz perenne,
con las marcas de agujas en sus brazos hechas
para matar su cerebro,
y se pregunta por qué muere.
Muere porque ha hablado.
Muere por causa de la palabra.
Su cuerpo, en silencio
y sin dedos, escribe este poema.

Fotografía: Mauricio Ramírez, Tailandia.

viernes, 28 de febrero de 2014

De MARGARET ATWOOD. En pleno verano.


Estamos en pleno verano,
el final de nuestra vida aquí ya se acerca.

¿Para qué construimos vallas?
No hay nada que podamos dejar fuera.

La mostaza silvestre, las larvas de polillas, las orugas
empujan los lindes de este espacio

que nos ha llevado diez años escardar.
Los campos de exuberante verde y desolados

como promesas, todavía fingen
que nos pertenecen. Pero nada

nos pertenece, ni siquiera las tumbas
al otro lado de la carretera, con los

nombres claramente cincelados.
Confiamos en que los manzanos,

muertos y vivos,
se despidan de nosotros.

Pero eso no sucede.

martes, 25 de septiembre de 2012

De Margaret Atwood.

Vuelvo a la historia
de la mujer atrapada en la guerra
durante su parto, sus muslos atados
con fuerza por el enemigo
para que no pueda dar a luz.
De Margaret Atwood en Deletreo.

miércoles, 13 de junio de 2012

De Margaret Atwood. Pequeños poemas para el solsticio de invierno.

7
Este poema es luctuoso
y tierno y está lleno
de quejas: ¿dónde estabas
cuando me hacías falta?

Quisiera hacer
un ramo de hermosas palabras limpias,
para entregártelo y marcharme,
misión cumplida. Pero no puedo
hacerlo. Éste es el día más corto
del año, encogido,
varicoso y gélido, sordomudo.
Esa de la esquina soy yo, con aguanieve
hasta el cuello, sin palabras. ¿Dónde estás?

lunes, 11 de junio de 2012

De Margaret Atwood. Pequeños poemas para el solsticio de invierno.

2
La caída libre
es caer, pero al menos es
libre. Ni siquiera sé
si salté o me empujaron,
pero no importa ahora
que estoy aquí arriba. No hay alas
ni red, pero por un instante
hay una magnífica
vista: el mar,
una línea de olas, acantilados pardos
con mechones de maleza, tu cara
vuelta hacia arriba, un cero blanco.
Ojalá supiera
si vas a cazar o sólo a mirar.

jueves, 22 de marzo de 2012

De Margaret Atwood. Volar dentro del cuerpo.

Tus pulmones se llenan y se abren,
alas de sangre rosa; y los huesos
se vacían y se vuelven huecos.
Cuando inspiras, te elevas como un globo,
y tu corazón también es ligero y gigantesco,
late de puro gozo, puro helio.
Los blancos vientos solares te atraviesan;
no hay nada que te haga de techo;
ves ahora la tierra como una joya oval,
radiante y de un azul mar repleto de amor.


Esto sólo puedes hacerlo en sueños.
Al despertar, tu corazón es un puño que tiembla;
un fino polvo obstruye el aire que respiras;
el sol, un peso cobrizo y cálido que te oprime
con fuerza la abultada corteza rosa del cráneo.
Es el momento anterior al disparo.
Intentas una y otra vez elevarte; pero no puedes.

sábado, 19 de noviembre de 2011

De Margaret Atwood. Pequeños poemas para el solsticio de invierno.

5
No hay un camino claro:
escribo sobre las rayas de este papel
amarillo. Poesía. Son detalles
como éste los que me empujan,
y las insufribles campanitas
que suenan en las esquinas, de camino
hacia ti, y cantan sobre el hambre,
la sombra y la miseria.
De Historias reales.

sábado, 5 de noviembre de 2011

De Margaret Atwood. Deletreo.

*
En el punto en que el lenguaje cae
de los huesos calientes, ese momento
en que la roca se abre y la tiniebla
fluye como sangre, en
el punto en que el granito se derrite,
cuando los huesos saben
que están huecos y la palabra
se parte y se dobla y dice
la verdad y el cuerpo
mismo se vuelve boca.

Esto es una metáfora.

De Apuntes para un poema que nunca se podrá escribir.

sábado, 29 de octubre de 2011

De Margaret Atwood. Nada.

Nada como el amor para devolver
la sangre al lenguaje.
La diferencia entre la playa y sus
distintas rocas y fragmentos: rígida
escritura cuneiforme y la tierna y cursiva
de las olas, el hueso y las líquidas huevas de pez, el desierto
y la ciénaga salina, como un verde empujón
que nos saca de la muerte. Las vocales, regordetas
de nuevo como labios o dedos empapados, los mismos
que se mueven por estos
blandos guijarros como por la piel. El cielo no está
ni vacío ni lejano, sino cerca
frente a tus ojos, derretido, tan cerca
que puedes degustarlo. Sabe
a sal. Lo que te acaricia
es lo mismo que acaricias.
De Historias Reales.

miércoles, 26 de octubre de 2011

De Margaret Atwood. Deletreo.

¿Cómo se aprende a deletrear?
Sangre, cielo y sol,
tu nombre primero,
la primera vez que nombras, tu primer nombre,
tu primera palabra.

De Historias reales. Apuntes para un poema que nunca se podrá escribir.

jueves, 25 de febrero de 2010

De Margaret Atwood. Encajas en mí.

Encajas en mí
como un gancho en un ojo

un anzuelo
en un ojo abierto
Margaret Atwood, Canadá, noviembre 1939.
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