reincorporarse
al mundo,
convalidar
su fuentes de sequía,
reinstalarse
en la histeria de sus ruidos,
conectar
entre sí los colores,
volver
a los abrevaderos de palabras,
reconocer
los páramos de historia.
Cada
vez es más duro
transar
con la hipoteca
de
vivir esta fábula
perdida
entre los astros,
carcomiendo
el misterio
de
sentir que podíamos
haber
sido otra cosa.
Cada
día resulta más costoso
recomenzar
el día,
a
pesar los crípticos reajustes
con
las intimidades de lo que no es el hombre:
los
silencios como islas en la luz,
las
savias que imaginan nuevos mundos,
los
reflejos que consuelan a las grietas,
la
nervadura de un pájaro que pasa
sin
ir, sin pasar, apenas siendo un pájaro.
Y
así ha crecido la sospecha:
lo
imposible
ya
casi no soporta a lo posible.
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