martes, 1 de septiembre de 2009

INMORTALIDAD. Bertha C Ramos.

Parecía un cuento fantástico. Cada vez que el pescador tiró el anzuelo, pescó un buey de Vu Quang. Esa noche no se vieron estrellas, ni luna, ni los tentáculos fosforescentes de las medusas. Las olas eran suaves, como ligeros escalofríos sobre la quietud del mar. Sucedió en tres ocasiones. No hubo más, porque el bote comenzó a ladearse. Cuando ocurrió por vez primera la noche aún era ruidosa y el pescador estaba confiado. Creyó que era un pez grande y manso porque daba tirones ondulados, pero cuando recogió la línea encontró un buey de Vu Quang. Ni la oscuridad pudo impedir que viera la raya que marcaba su pelaje desde mitad del lomo hasta la cola. También sus cuatro pequeñas pezuñas. Su casta de marinero lo ayudó a subirlo al bote, y lo vio morir como mueren los peces nobles. La segunda vez que ocurrió, la noche ya hablaba en lenguas y el pescador era un hombre receloso. No tuvo menos faena que con la pesca anterior, ni menor sorpresa. Lo dejó morir sobre la proa y le acarició los cuernos largos, casi rectos. Un animal de las selvas de Vietnam en los mares de la América del Sur. La tercera vez que algo mordió el anzuelo la inquietud le hizo desear cortar el hilo. Para entonces, la noche se había sumido en el silencio y el pescador era un hombre amedrentado. Sintió bramidos y movimientos discretos. Eso que hace al hombre un hombre lo impulsó a quitárselo al océano. Era otro buey de Vu Quang de sesenta centímetros a la altura de la cruz. Lo llevó al centro del bote y se quedó mirándolo a los ojos, hasta que ellos cruzaron el infinito que intimida a los hombres. No tiró más el hilo porque el bote comenzaba a ladearse, y se durmió con un sueño apacible. Cuando llegó al día, y a la orilla, no halló ningún rastro de que algo hubiera sido cierto, pero, por alguna razón, el pescador se sabía inmortal.
CuentosdeBCRamos.

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