Mientras espero a la que llega tarde,
ahora y siempre, observo
la multitud.
Y no me pongo sociológico,
apocalíptico ni estético.
Hoy me limito a ver los rostros de todos.
Pienso en el desmedido gasto superfluo,
las horas-hombre (o las horas-Dios, según la creencia)
desperdiciadas en dar a cada cual unos rasgos
que jamás se duplican.
Hay -dijo Bioy- un verdadero derroche de caras.
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