Toda tu vigilancia, escuchador, sólo para saber intransigentemente dónde sonó de veras cada voz. Toda tu fuerza en la prosecución de los caminos, toda tu audacia en la minucia prodigiosa. De esa apretada humildad el cañamazo es todo de sorpresas. Dejar que al ojo todo le sea dictado desde enfrente para quedar, admirador, duraderamente deslumbrado por la voz con que te has nombrado en tu mirada.
De Orden del día.
Tomás Segovia. Valencia, España, 1927.
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