Cuando
Perla era una adolescente murió momentáneamente debido a una disfunción
respiratoria. De lo sucedido le quedó la sensación de tener los oídos taponados
con gasa quirúrgica y un ligero recuerdo de que los mocos le sabían a jugo de
tamarindo. Durante el vertiginoso tránsito circular alcanzó a comprender que la
primera hora, la que separa días y noches, es la más oscura y la más
equivocada, porque en justicia la primera hora de los hombres debería ser
siempre la primera luz. Pudo también comprobar que eso que se dice de que
nacimos para morir en una fecha precisa tiene mucho de lógico, pero poco de
cierto. Que morimos cada rato; al final de todo acto consciente, de todo roce
de dicha, de cada asomo de envidia y de cada razonamiento. Después de aquella
experiencia, Perla dejó tanta propensión a reflexionar y decidió ser una mujer
común y corriente. Una mujer de las que se casan con un tipo adinerado, alto
simpático y tonto. Mejor si es un congresista, un concejal o un diputado. Una
mujer de las que prefieren hijos de aspecto nórdico y mirada paleolítica; de
aquellas que no envejecen, ni les traquean las rodillas cuando trotan, ni se
les caen las tetas gradualmente. Una mujer que le hace honor a su nombre en
todo momento. Una Perlita.
Isabel II. 1851. Óleo sobre lienzo. Obra de Federico de Madrazo.
CuentosbrevesBCRamos. Del libro Palabras Pesadas.
CuentosbrevesBCRamos. Del libro Palabras Pesadas.
Breve pero bello. Felicitaciones.
ResponderEliminarBello relato. Breve y de una construcción excelente.
ResponderEliminarBuenísimo Bertha.
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