Zeta y Equis se
casaron porque a ambos les gustaba el arroz con leche. Zeta se puso un traje de
hilos dorados y diadema al estilo Diana Spencer. A Equis le pareció que era
apropiado vestirse como un cochero, anchas las mangas, alto y cilíndrico el
sombrero, aunque se advertía que era el novio porque Zeta le mal puso sobre el
pecho, a última hora, un cachito de muérdago que arrancó de su ramo
extravagante. Zeta y Equis hicieron un matrimonio convencional. Se llenaron de
cacharros, de rutinas y de hijos. De vez en cuando hacían cosas raras, como si
se resistieran a vivir corrientemente, sobre todo, cuando cambiaban las
estaciones, o la luna. Durante una primavera se tatuaron en la espalda sotas de
copa y la palabra Forever. En un verano tormentoso -por largo y
abrasador- se largaron felices a una playa nudista, fumaron marihuana hasta que
las estrías de la gente que estaba tomando el sol comenzaron a gritar, y se
fueron agobiados ante tanta algarabía. Una vez, en medio de un otoño
aplastante, Equis le regaló a Zeta una especie de trineo de tres ruedas de
látex y diez perros siberianos en el que salían por las autopistas, aunque el
frío les quemara las orejas y los perros se pusieran a ladrar frenéticamente
por la velocidad de las tractomulas. Un invierno se les ocurrió escalar el
Himalaya y quedaron atrapados en la tercera estación. Estuvieron cara a cara
confinados en la carpa, enterrados en la nieve, excesivamente solos. En una
hora oscura, imposible de reconocer si diurna o no, a Zeta se le antojó un
helado de vainilla. Equis, que era un extremista, le dijo que estaba loca. Zeta
le respondió que, si sobrevivían, se tatuaría en la frente la palabra
Sometimes.
Del libro Palabras Pesadas
Fotografía BerthaCRamos. San Telmo, Buenos Aires.
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